A mediados de los
años ochenta, Belfort era un joven honrado que perseguía el sueño americano,
pero pronto en la agencia de valores aprendió que lo más importante no era
hacer ganar a sus clientes, sino ser ambicioso y ganar una buena comisión.
Su
enorme éxito y fortuna cuando tenía poco más de veinte años como fundador de
una agencia bursátil le valió el mote de “El lobo de Wall Street”. Dinero.
Poder. Mujeres. Drogas. Las tentaciones abundaban y el temor a la ley era
irrelevante. Jordan y su manada de lobos consideraban que la discreción era una
cualidad anticuada; nunca se conformaban con lo que tenían.
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