El director Justin Kurzel
visualiza la desmedida ambición de poder de “Macbeth” (2015) como un estado febril. Desde una voluntad
expresionista de transmitir el ánimo de su personaje a través del ambiente, su
adaptación de una de las grandes tragedias de Shakespeare está teñida de unos
tonos ocres y rojizos, en unos exteriores sumidos en la niebla, a los que se
suma una meteorología y una banda sonora siempre furiosas.
Se había generado bastante
expectativa ante esta nueva versión de Macbeth a cargo de un cineasta casi
desconocido por nuestros lares. El australiano Justin Kurzel debutó en el
largometraje con la muy reivindicable Snowtown (2011), una inmersión en el lado
más oscuro del white trash australiano a partir de la historia real de unos
asesinos en serie. En su ópera prima, Kurzel conseguía crear una atmósfera
bruta y angustiosa que sin embargo no se transmite en esta producción de mayor
empaque, presupuesto y un reparto de
lujo encabezado por Michael Fassbender y Marion Cotillard.
Antes que Kurzel, cineastas
como Roman Polanski, Orson Welles o Akira Kurosawa (en Trono de sangre) ya se
habían aproximado a la figura del escocés que ambiciona ser rey de su país en
pleno siglo XI. Con un pie en el blockbuster de acción y otro en el cine de
autor, la versión del australiano se podría situar en el camino medio entre
Juego de Tronos y Braveheart. Es inevitable pensar en la serie de televisión de
la HBO al ver este Macbeth. No por casualidad la ficción a partir de los libros
de George R.R. Martin entronca directamente con el tema central de esta
tragedia: la ambición de poder y los juegos de fidelidades y traiciones que
propicia.
Por otro lado, Kurzel
subraya la idiosincrasia escocesa de la obra
a partir de la utilización de múltiples localizaciones exteriores como
escenario épico y trágico al mismo tiempo, y de la caracterización de los
personajes, muy parecida a la de la película de Mel Gibson. Kurzel ha querido
mantenerse fiel al texto de Shakespeare. Pero en lugar de insuflarle vida
cinematográfica, los versos del inglés resuenan como una plúmbea carga para una
película que pretende acercar una tragedia clásica a un público mayoritario sin
perder el estatuto de cine de autor.
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