El cine de Ken Loach desprende
un romanticismo clásico inapelable, su dramaturgia refleja los tics formales y
ortodoxos del representante quijotesco de las minorías, por eso es incapaz de
retirarse, como viene anunciando hace ya más de un lustro, por su incapacidad
de dejar inconclusa una batalla interminable. Un entrañable personaje a quien,
por desgracia, pocos toman ya en serio en sus arrebatos de rebeldía.
En el caso de Loach esta
maniobra de descrédito se ha llevado a cabo por medio de una abyecta campaña de
ridiculización capitalista, en la que se trataba de tachar como absurdo todo lo
que el genial director inglés representaba en sus películas, haciendo que el
público se condicionara antes de verlas y las asumiera inconscientemente como
los delirios o pataletas de un viejo senil.
Nada más lejos; y es que con
I, Daniel Blake, el realizador demuestra tener la mente más lúcida que en toda
su carrera, y el pulso más firme si cabe, a la hora de apuntar con implacable
puntería contra los oligarcas y déspotas del nuevo mundo.
Es hora de que el estado
devuelva a Daniel Blake, quien lleva trabajando 40 años sin descanso, una
pequeña parte de lo que el carpintero, obligado a retirarse a causa de un grave
problema cardíaco, ha aportado con sus impuestos a lo largo de su vida.
Sin embargo, las negociaciones
para que esa ayuda se materialice no parece que vayan a ser sencillas y, Blake,
percibirá como su exasperación inicial se verá considerablemente incrementada
cuando conozca a una madre soltera que se encuentra en una situación de
injusticia similar. Una vez más, el director ofrece una mirada completamente
partidista y parcial en la que utiliza uno de los recursos más infravalorados
de los últimos tiempos: el sentido común.
Sí, es evidente la demagogia
empleada por Loach, pero también es entendible si otorgamos al director que los
asuntos concernientes a las pesadillas burocráticas y a la impasividad del
gobierno frente a las desgracias de la clase social más humilde sólo son
recordados en la necesidad. ¿Y qué pasa cuando las cosas van bien? ¿Quién se
acuerda entonces de los perjudicados?
Con un cinismo cómico muy
acertado, y ejecutado de manera impecable por el actor Dave Johns, la cinta
comienza con una vitalidad y “buen rollo” que irán perdiendo fuerza
progresivamente para rendirse a la desazonadora soledad del marginado. Los
fallos sociales del sistema que resultan improductivos y deficitarios son
llevados al límite de su paciencia, y etiquetados por números, para
aniquilarlos por la vía anímica, con limpieza y de manera invisible.
En una época en la que los
superhéroes son glorificados y encumbrados en nuestras salas de cine de manera
semanal, donde no existe límite terrenal para buscar el lado correcto de la
justicia, y las hagiografías de Batman y Superman se amontonan en todos los
formatos en los centros comerciales, son más directores como Loach lo que
necesitan las audiencias sedientas de justicia poética porque, aunque ésta
nunca llegue, aunque haya que conformarse con un simple y amable gesto clemente
de alguien que ha entendido y valorado esa lucha sin cuartel, la batalla de
unos pocos es lo que hace que nunca lleguemos a ahogarnos del todo. Ken Loach
es el héroe que esta sociedad necesita.
Comentarios
Publicar un comentario