Había depositada fe ciega en
la sensibilidad de Cianfrance; en su habilidad para el dibujo de personajes en
un límite emocional que les hace replantearse sus valores en momentos de
crisis.
Tal fue el caso de Blue
Valentine, discutida segunda película del director tras más de diez años
dedicados al mundo del documental televisivo (y una ópera prima dirigida en el
98) que incluso la Academia y la Asociación de prensa extranjera llegaron a
tener en cuenta en sus nominaciones. Tras la infravalorada Cruce de caminos
(The Place Beyond the Pines, 2013), nos llega La luz entre los océanos (The
Light Between Oceans), que tristemente confirma una tendencia de este joven
cineasta que hasta ahora no había quedado tan en evidencia: los numerosos tics
que pueblan sus guiones.
Cianfrance es incapaz de ser
imparcial con las acciones de sus personajes y, en consecuencia, actúa como
juez moral de los mismos, otorgando culpa, castigo y, cómo no, redención. En
esta ocasión, de la forma más estereotipada posible. La sucesión de
acontecimientos de La luz entre los océanos es el caldo de cultivo perfecto
para prejuicios semejantes: la idílica vida isleña de una mujer que ha tenido
dos abortos y su marido, encargado de cuidar el faro, y la casual llegada a las
costas de una barca con un fallecido y un bebé aún vivo en brazos.
El resultado son personajes
tomando decisiones tan pronto absurdas como egoístas y de las que es difícil
sustraerse, precisamente porque no permiten la libertad de decisión al
espectador, al que se le intenta imbuir un código moral con calzador. Con el
agravante de que la propia novela en la que se inspira la historia se empeña
continuamente en lo contrario; con ello nos adentramos en un cuento moral
llevado sobre raíles a través de un monótono trayecto.
Tampoco sus actores consiguen
elevar mínimamente la propuesta. No existe química entre unos Vikander y
Fassbender perdidos. Cianfrance se centra en ellos con mojigatería mediante una
infinidad de planos de dos rostros acaramelados en pantalla, cubiertos por ese
tipo de fotografía plúmbea; una mirada culminada por una breve escena de cama
(dispuesta como reclamo publicitario) requerida para confirmar y subrayar una
‘pasión’ prediseñada. La luz entre los océanos es un folletín, un relato
romántico enclaustrado más propio de una traslación de la obra de Nicholas
Sparks que de un drama romántico con enjundia. Lástima que ni siquiera Desplat
consiga desprenderse de esa pátina edulcorada que exuda esta última y dudosa
obra del otrora prometedor Derek Cianfrance.
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